Un día se encontró con un conocido suyo que siempre que le veía le pedía dinero y le decía, Nono (le pusieron así por mi abuelo), yo te estoy muy agradecido, cuando te haga falta que te ayude en algún trabajo me
llamas, sin interés ninguno. Pues ese día íbamos por la calle Sopranis con una maleta y una caja, para recoger unos libros para el baratillo y le dice adónde vas. Ven conmigo y me ayudas, así te ganas unas pesetillas. Y se vino con nosotros. Mi tío le llenó la maleta de unos libros muy grandes, que pesaba mucho, y me dice mi tío, verás cómo éste no me da más lata.
El muchacho cogió la maleta y nada más llegar a la esquina con San Juan de Dios, dijo Nono, yo no puedo con esta maleta. Y ya no le pidió más trabajo, porque ése no había trabajado nunca.
Otro día, estando en el corralón de la calle Sacramento, estábamos partiendo una cocina de hierro y se dio un martillazo en el dedo. En ese momento pasaba un cura conocido suyo y mi tío no lo vio y dice: Me cago en Dios. Y dice el cura, Paco, eso no se dice. Y mi tío le responde, padre, he dicho eso porque siempre lo tengo presente y se me ha escapado. Y el cura se fue sonriendo ante la ocurrencia de mi tío.
