Así pasaron varios años. Como nosotros teníamos un carro con un borrico, un día le salió un porte de muebles de una mudanza y a la señora le sobraban muchos muebles y se los regaló. Así nos los llevamos al corralón y ahí ya empezó a ser baratillero. Todos los días llevábamos los muebles al baratillo de la Plaza de Abastos.
Como el negocio de los muebles le iba bien, traspasó los puestos y nos fuimos a vivir a la calle Hércules 2, accesoria, y allí fue cuando nos cogió la explosión, nos pasó una cosa curiosa.
Tres años antes de la explosión, se murió mi hermano mayor y mi abuelo. Todos los días íbamos por las tardes a una huerta que estaba junto a torpedos, que era de uno llamado Esteban, que tenía una venta. Allí teníamos las cabras y nos traíamos la leche. Allí encerraba las cabras y nos sacaba la nuestra. Y el mismo día de la explosión, por la mañana, un amigo de mi tío en el baratillo me dice… dile a tu tío cuando venga que vaya a Chiclana a recoger los dos cochinos que compró, porque se les va a morir de hambre. Y eso se me metió a mí en la cabeza.
Y estando en la venta, le digo, tío Paco, ¿por qué no vamos a Chiclana por los cochinos? Y me dice, Antonio, ¿cómo vamos a ir a Chiclana si tu madre no sabe nada?
Tanta lata le di, que nos fuimos una hora y media antes de la explosión.
Donde nosotros habíamos estado, despareció todo pues estaba junto a torpedos. Todos los que habían estado allí murieron, pero nosotros no nos enteramos de nada pues nos quedamos en el campo.
Al otro día por la mañana, cuando fuimos a Chiclana, había un escándalo muy grande de coches militares de la Cruz Roja con personas heridas. Y mi tío le preguntó a uno y le dijo que medio Cádiz se había hundido. Yo empecé a llorar y un coche de la Cruz Roja nos trajo.
Mientras tanto, mi madre y mis hermanas nos dieron por muertos y cuando llegamos por la calle Hércules, ya se lo habían dicho a mi madre y todos llorando nos abrazamos.
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